Capítulo I
Por: Armand Valerius
Las noches cálidas se han vuelto, en el vacío de mi soledad, una medicina embriagadora, en donde el alcohol barato cubre las heridas de una batalla perdida hace semanas. Era más fácil cuando curaban las heridas por mí, pero aquel tiempo es ya parte del pasado, es la nada, o si es algo, lo es sólo en la memoria, un "algo" que está ahí como recuerdo, como creación mental, como imagen mental de un sujeto que es capaz de imaginar hechos según su gusto o según una decisión mental extra-voluntaria. Sentado enfrente de la mesa de mi escritorio viejo, pienso en las posibilidades que tengo ante los hechos que se me han presentado: está el suicidio, está el abalanzarse sobre la vida como un loco, está el ceder ante el tedio, o aguantar el hastío, está el entregarme para ser muerto, está el pensar de manera optimista y luchar como todo un beato... Tantas posibilidades.
El día de hoy tuve la sensación de que todo cambiaría de curso. Los aires de la mañana me hacían pensar en que todo sufriría un vuelco, pero lamentablemente he caído en un error, nuevamente. Por la tarde intenté levantarme y salir, pero el dolor de la herida me ha mantenido inmóvil sobre la cama. De hecho, no he almorzado, ni cenado, solo he ingerido un pedazo de pan y unos sorbos de sopa que quedaba del día de ayer en un plato sobre el velador. Mi vida es ciertamente deprimente, aunque no siempre ha sido así. Todo ha cambiado desde que han acontecido estos hechos desafortunados.
Sí, todo es culpa de estos acontecimientos. Malos acontecimientos. No los responsabilizo por todo lo miserable de mi presente, pero si de una buena parte. La parte más grande y mayoritaria. No me excuso de tener responsabilidad, pero.... son los hechos los que han arruinado todo. Ese vaso nunca debió caerse. Por culpa de ello los vidrios se han esparcido por toda la habitación.
Claro, la culpa es del vaso. Y del viento, por andar soplando tan fuerte por entre las casas. Yo tenía el vaso en un lugar muy seguro, sin que se viera plausible el que se cayera al suelo, pero este viento del diantre lo ha tambaleado, y el vaso todo débil y torpe se ha caído. Y ahora los vidrios rotos, así es como empieza todo. Me he cortado varias veces, pero la herida que me tiene inmovilizado es más profunda aún que aquellos cortes de vidrio, y eso que los cortes no dejan de tener cierta profundidad.
Pese a ello, no he recogido los vidrios. No tengo tiempo. Debo pensar en la batalla, pues cuando mejore debo ir por mi revancha, pues aquella batalla me ha dejado en estas condiciones. Y por supuesto que tiene que ver con el vaso y el viento. Pero además, está relacionada con la señorita durazno. Ella es la estratega que me ha dejado en este encierro forzado por los hechos... que desgracia. Y yo que la apreciaba tanto, y quizás aún lo hago, pero no quiero pensarlo, así no lo reconozco. Y todo por culpa de ella; no, por culpa del viento y del vaso.
2 comentarios:
Promete bastante, estaré a la espera de la siguiente parte.
la señorita durazno...
como ha podrido el frutero, como ha retrasado la primavera.
de pronto se olvida al melocotonero, se olvida al Sol.
buen escrito, estimado,veremos que sigue, a ver si el ciego logra ponerse en pie antes de perder hasta la sopa.
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