Sangrienta Malvenida ha llegado a el inframundo y de una patada ha abierto el Tartaro, liberando toda clase de escupitajos de sinceridad, disparates encerrados por una eternidad, luces y sombras de historias contadas que jamas fueron oídas. Sangrienta Malvenida le ha dado una oportunidad a toda ese mundo encerrado entre Occipital y Frontal, Parietal y Temporal. Ese mundo caótico deseoso de adquirir vida propia, acaba de hallar una nueva oportunidad. Sangrienta Malvenida no sabe que lo ha hecho, pero lo ha hecho.

Aquí empieza la función!

La historia de Steve Blind

lunes, 28 de abril de 2014

Capítulo IV




Por: Armand Valerius


Es de noche. Aún  debe resonar el portazo que he dado al salir de la habitación. Yo no sabía que esto podría terminar así, pensé que arreglaría las cosas y que sería de ayuda. Steve está demasiado encerrado en su verdad. Lo más probable es que haya maquinado todo para una no-amistad; la discusión de hoy marca un hito importante, un antes y un después: no sé si vuelva a visitarlo, esta vez fue demasiado. Y todo por denotar la responsabilidad que tiene aquel sujeto en relación a su actual estado. Claro, es más fácil culpar a cosas que no tienen voz, así nadie responde y refuta las insensateces. Espero que aquel portazo le haya dejado pensando, en compañía de un eco profundo, tan profundo como las heridas que tiene producto de su terquedad.  

Pese a estar en tranquilidad, aún me ronda un pensamiento: ¿podrá Steve ser tan fuerte para soportar este calvario que se ha ido extendiendo en el tiempo? La conversación que tuvimos todavía ronda mi cabeza; mientras  voy caminando por las calles vacías y silenciosas, vienen  a mi mente aquellas palabras que intercambiamos. Lamentablemente, aquella conversación, y posterior discusión, ha quedado en mi memoria como un cierto tipo de material dispuesto para reflexiones que no sé en qué quedarán ni a dónde irán a parar.

- ¿Cómo te has sentido? -le pregunté con un cierto atisbo de preocupación y curiosidad.
- Creo que he estado mejor en otras ocasiones, pero esto no está nada mal. He superado las molestias, pues tengo un espíritu imperecedero, y un ímpetu diabólico -me respondió con soberbia y arrogancia, mientras daba una mirada de soslayo a sus brazos, los cuales se veían muy maltrechos. Incluso en aquel estado sigue siendo soberbio.
-Entiendo. ¿Por qué no has querido recoger estos vidrios que están por toda la habitación? Al entrar casi me lastimo, cualquiera podría salir herido, eso lo sabes, ya que tú mismo estás todo cortado -le dije con una expresión rígida en mi rostro. Ciertamente, casi me corto al ingresar a la habitación.
- No tengo tiempo para recoger vidrios. Además no me corresponde, no es mi culpa que se haya caído aquel vaso torpe, es culpa del viento. Tampoco me importa que alguien más se lastime, pues nadie entra aquí; no acostumbro tener visitas. De hecho, si casi te lastimas con los vidrios es porque no has tenido cuidado, aparte tu quisiste venir acá, es tu responsabilidad, por tanto no me atañe a mí; deberías sentirte tu  más culpable, en vez de quejarte conmigo -dijo con una sequedad que me descolocó.
- Claro; es fácil ceder la culpa a otros, y luego acomodar las responsabilidades. Deberías ser más abierto a las verdades -expresé a regañadientes y en voz baja, con una molestia evidente en mi tono de voz, pues me pareció el colmo aquella manera suya de responder.
- No me compete aquello, este no es el caso en que se dé aquello que has dicho. Al parecer te ha molestado lo que te he mencionado antes, pero es la verdad. Al fin y al cabo siempre digo la verdad, ¿no lo has notado siempre?
- Por supuesto. Es tu verdad. Bueno, no importa, te ayudaré a recoger estos vidrios, pues en algo te aprecio, pese a tu carácter -dije mientras tomaba una bolsa, una escoba y una pala. Luego comencé a sacar los vidrios esparcidos por la habitación. Me preocupaba aquel desastre.
- No es necesario que hagas eso. No es algo que te importe y que debas hacer por causa o motivo alguno. No hay nada que te obligue a ello, créeme. Me puedo auto-cuidar de manera muy satisfactoria.
- Lo hago por tu bien, nuestra amistad me dicta el ayudarte en esto. Además, si lo hago, ya podrás desplazarte un poco mejor por toda la habitación, dejarás de cortarte con los vidrios al caminar, tus heridas  sanaran, sin que otro corte nuevo las agigante, tendrás la posibilidad de salir de la habitación de manera más cómoda, para que así puedas hacer tus necesidades, ir a la cocina a prepararte algo de comer, e incluso, salir a tomar aire fuera de la casa. ¿No te parece genial? Eso te ayudará a que pronto estés completamente recuperado. Y supongo que eso es lo que deseas. Supongo.
- No entiendes lo que ocurre. Estas heridas no son las que me tiene inmóvil, no son los cortes los que me obligan a estar recostado, no es por los vidrios por lo que estoy aquí, en mi habitación, todo el tiempo. Me da igual cortarme para ir en busca de alimento, o para ir al baño y hacer mis necesidades. La herida que me tiene postrado es aquella obtenida en la batalla, aquella que me ha propinado el enemigo con sus armas sofisticadas. No sirve de nada el quitar los vidrios, o quizás sólo un poco; el punto es que en lo sustancial no es gran cosa. No quiero salir, no quiero contacto con el mundo pestilente.
- Ya veo, con que es aquello otra vez -dije con voz tosca mientras me dirigía fuera de la habitación, para ir a la cocina a botar la bolsa, llena de vidrios pequeños y medianos, en el basurero. Ya sabía a lo que se estaba refiriendo este pelmazo, era lo mismo de siempre; por lo menos lo mismo que hace algunos años lo vuelve trastornado.

Ya había terminado de quitar todos los vidrios esparcidos por la habitación. Volví con una expresión seria en el rostro, con plena disposición a hablar sin reparos. Me senté en la silla que estaba en frente de un viejo escritorio y di una mirada por la ventana. Necesitaba ordenar las ideas. Algo me causaba desagrado en aquello que Steve había mencionado; y sabía muy bien qué era aquello desagradable. Luego de meditar unos minutos, volví la mirada hacia la cama, en donde se encontraba sentado, y dejé escapar una pequeña sonrisa irónica. Así me es más fácil comenzar a hablar con sinceridad.

- Entonces es aquello; lo que siempre te deja aturdido. Ambos sabemos de qué hablo -dije con serenidad y par-simonía.
- Sí. Es algo inevitable; está en mi destino, no se puede hacer más -dijo parcamente, como si realmente fuera algo plenamente determinado.
- No sé hasta qué punto es inevitable. Pero es cosa tuya, bien lo sabemos. Supongo que la señorita durazno está involucrada en todo esto, ¿cierto?
- Sí, así es; aunque no es su responsabilidad. Lo he meditado: aquí la han engañado para que ayude al enemigo. De eso estoy seguro. Se han aprovechado de su temor ante el presente, de su temor ante su existencia concreta-presente, la han distraído y dominado, y por ello ha pasado a ser la estratega maestra de toda esa milicia corrupta. Ella, en el fondo, es una pobre criatura ajena a culpa alguna, pues no sabe qué hace.
- ¿Estás seguro de aquello? ¿Qué te hace pensar así? Yo veo que la intentas salvar de toda culpa. Y es raro, incluso contradictorio, pues tú mismo  has dicho que es por culpa de aquella herida obtenida en batalla que te encuentras postrado; herida producida por el enemigo, cuyo estratega maestro es dicha señorita "duraznosa", por tanto, ella sería la culpable de tu mal. Es lógico, no puedes evitar reconocer aquel razonamiento.
- No lo veo así. Tú piensas así por conveniencia propia. Ella no es la culpable, aquí el culpable es un vaso débil y un viento impetuoso. Por culpa de ellos me he lastimado con varios cortes en el cuerpo, y ello no me ha dejado hacer cosas en vistas de mi revancha. La otra herida, la de la batalla, ha sido producida por los enemigos, no por su estratega, la cual, insisto, está siendo utilizada. Curados mis cortes, puedo sanar mi otra herida también, por medio de una planificación para mi venganza. Eso es lo que no entiendes; eso es lo que no quieres entender, pues te desagrada la señorita durazno. Eso sí que es lógico -dijo con un cierto grado de molestia, a la vez que se le colocaba el rostro rojizo, con claras muestras de acaloramiento.
- Es verdad, ella me desagrada. Pero estas mezclando cosas que no tienen razón de ser, pues lo que te digo es desde un punto objetivo. Cualquiera diría lo mismo, es de suma evidencia, y con toda lógica a la base. Creo que tu lógica está distorsionada.
- No lo creo. Tú sabes muy bien que tienes un conflicto de interés de por medio: yo. Siempre ha sido así, no puedes negar aquello.
- No quieres ver lo evidente Steve -dije con molestia, pues no quería entender algo tan claro como el agua cristalina.
- ¿Lo evidente según quién? ¿Según tú persona? Mejor vete e intenta encausar tu rumbo, pues la debilidad te empapa. Me acusas de algo que tú vives en relación a mí; no porque en tu caso sea así yo actuaré igual a ti. Quizás en el pasado, pero no en mi presente. Soy como un dios, de hecho soy "Dios" mismo en cuanto a mí ser en el mundo.
- Niegas la posibilidad de algo que se muestra a los ojos de todos; no dejas entrar la luz de la razón en lo que está pasando. Quizás necesites más heridas, o una que sea fatal, una herida de muerte -dije mientras me levantaba de la silla.
- No necesito luces de ninguna razón, me basta con la propia. Guarda tu luz para ti; te recomiendo que no sigas el camino del parasitismo, es degradante, lo sé por experiencia propia. Si logras salir de tu estado, quizás llegues a conocer la naturaleza de la divinidad, el ser-dios. Aunque lo pongo en duda.
- Tus palabras son nefastas. Te dejo en tu miseria, sólo eso queda por hacer -dije con voz alterada, con un gesto de desprecio e ira. No podía creer como tanta estupidez y fanfarronería salía de su boca.
- Creo que mi miseria es un paraíso en comparación a tu servidumbre asqueante y tu parasitismo enervado, y eso es de suma evidencia. Ninguna lógica puede ir en contra de tamaña verdad -dijo con sarcasmo, y con una leve expresión de desprecio. Realmente era todo un bastardo.

Después de aquellas palabras sólo quedó un eco: el de la puerta al cerrase fuertemente, tras la salida apresurada que realicé de aquella habitación perdida en la oscuridad de la torpeza. No toleré tamaña ofensa de su parte. ¿Tanto cuesta entrar en razón cuanto el pecho se involucra con enemigos nefastos? ¿Por qué la verdad se escapa en estos casos? Ese es un misterio. Pero lo claro es que no veo solución inmediata para este pobre diablo. Por lo menos estas estrellas nocturnas son más acogedoras a mis palabras y pensamientos, me iluminan con suavidad en este camino solitario y, ciertamente, me dan la razón  con su claridad total. Es mejor caminar en la noche y dialogar con el viento que intentar hablar con quien no quiere ver una realidad que le es perjudicial en su plenitud. ¡Cuánta soberbia  guarda el corazón humano!

Siento  esta pérdida; sí, lo más probable es que es una pérdida. Aunque tengo la idea de que Steve no piensa igual; su arrogancia lo tiene en otro plano, lejos del mundo concreto. Me preocupa su estado, pese a toda la blasfemia que me ha lanzado desde aquella boca pestilente a perfidia. El estar empecinado en una venganza que no dará fruto, y el expiar de toda culpa a la señorita durazno, serán acontecimientos que no tendrán ningún bien para  su pobre posteridad. Años antes ya pasó, y desde el subsuelo ha seguido sucediendo, gestándose daños que quizá sean irreparables, dolores que han sido poco intensos, pero que en el transcurso del tiempo han producido huellas, no en su cuerpo, sino que en su espíritu. Ahora ya han dado y un golpe más directo, pero este arrogante guerrero rastrero no ha distinguido cuál es su enemigo verdadero. No es sólo la "duraznosa", sino que es él mismo. 

La noche avanza. Estoy por llegar a casa; creo que hubiera sido mejor no haber salido de ella. No sé si pueda descansar, pero por lo menos hay algo que me deja en paz: dije la verdad objetiva. No hay intereses de por medio, más allá del solo interés de que Steve mismo esté bien. Pero el muy tacaño no entiende. Pero qué más da, tengo otros asuntos que resolver. Silú tiene que explicarme aún el porqué de aquella acción que realizo hace unas semanas atrás, la cual fue determinante en el curso de la relaciones de nuestro grupo. A veces la amistad se entorpece por puras necedades; en eso también soy yo responsable.

Concierto de Tripas.


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