Por: Prometeo
Septima Parte
Una serie de luces pálidas inundan las calles, seducen a los ojos desprevenidos, convenciondoles con dulzonas miradas a que les miren, les agradezcan y las amen. A fin de cuentas las luces se crearon para espantar la oscuridad, para traer un trozo de día, un trozo de luz a la oscuridad. La claridad, la luz, ha sido históricamente considerada amiga y hermana de la seguridad y la certeza, la oscuridad como contra parte se le ha asociado rápidamente el miedo, la vulnerabilidad, la incerteza. Y esto tiene una explicación enfermamente sencilla, aunque incomoda para la construcción del mundo humano, parte de ese ideario complejo que se aplaca con un miedo disfrazado de mesura, explicado con la brillante formula "hay cosas de las que es mejor no hablar".
Desde el inicio de los tiempos el hombre ha creído fervientemente en el sentido de la vista, por sobre sus demás sentidos, de modo que aquello que es observable es creíble y real, seguro, cierto. La oscuridad no es mas que la ausencia de luz, lo que significa que la percepción se dificulta, dando la impresión de una neblina densa que impide observar la totalidad de las cosas, dejando siempre el misterio. El ser humano se incomoda facilmente ante el misterio, la incerteza le quita seguridad, le hace sentir vulnerable. Pero todo esto es fe. La vista es uno de los Dioses ocultos del hombre, al que todos le rinden culto sin vergüenza. Pero este Dios tan util no ofrece ningún tipo de certeza. Sangrienta, tiene algo de razon, al final, por mas ateos que nos creamos algunos, llevamos impregnado ese, entre pestilente y delicado, aroma de fe.