Por: Prometeo
Se nota que es invierno. No ha llovido demasiado, pero se mantiene ese tinte de color gris en el cielo, y un frio que busca cualquier sector sin cobijo en el cuerpo para invadir la piel de forma avasalladora.
La mayoria considera estos cielos como tristes, no pueden imaginar que el dia sonria de forma tan opaca. En parte, tienen razon, la falta de luz entristece el espiritu. Pero no es solo la falta de luz, tambien es esa falta de calor, ese frio que deja la debilidad de nuestra piel al descubierto. Para los solitarios como yo, estos dias nos evocan repetidas veces la angustia de nuestra cotidianidad, abrazados nada mas por un abrigo, o con el roce de nuestra propia piel. El invierno siempre sera mas crudo para la gente sola, por que el mayor escape a este es el calor de otra persona.
Me encontraba yo, caminando desde la universidad hacia mi pequeña casa. Pequeños y grandes charcos de lluvias pasadas llenaban el ambiente de un azul grisáceo, semejando una esperanza a punto de morir, pero sobreviviendo aun, evocando la vida misma, que luego de unos meses acabaría su trabajada labor y en una mañana cualquiera de primavera, una flor radiante nacerá y agradecerá cada lagrima de aquellas nubes que le han dado la posibilidad de vivir. Pero aun es invierno y debemos soportarlo para poder por fin oler el perfume de esas flores que tanto sonríen a nuestros corazones. Es necesario resistir el invierno.
Cuando por fin llego a la puerta de mi casa, saco las llaves de mi bolsillo derecho y realizo el proceso correspondiente para abrirla. Cuando esta por fin cede, contemplo la habitacion principal, que contiene el living y la cocina y una sola puerta que da a mi habitacion. El lugar es bastante simple, apenas tengo lo necesario en la cocina, una pequeña mesa, un sofa, un perchero y una caja con libros.
Dejo las llaves sobre la mesita y el abrigo en el perchero, y me dirijo a mi habitacion, hoy sera mejor pasar la tristeza del dia en el abrigo de mi cama.
Al entrar a mi habitacion inmediatamente me fijo en mi cama y veo un bulto bajo las sabanas. Al acercarme, veo a una mujer de dulces rasgos que duerme placidamente. En su rostro dormido, no descansaba una sonrisa.
No tenia idea de como habia entrado, ni que hacia durmiendo en mi cama, pero no pude ni preguntarme ya que estaba absorto, maravillado viendola dormir. Luego de unos cinco minutos, ella abre los ojos, sin dejar de sonreir, se apoya contra la pared sentada y me hace un gesto para que me siente a su lado.
Me sente sobre el colchon, sobre las sabanas que aun la cubrian a ella. Era una total sorpresa encontrarla ahi, tanto, que ni siquiera me moleste en preguntarle que la tenia aqui.
Conversamos largo rato y nos miramos a los ojos fijamente cada cierto periodo de tiempo. Entre risas, sorpresas y mi alegria, se fueron pasando un par de horas, a lo que ella se levanto, me abrazo fugasmente, como asustada de que la tome entre mis brazos, se coloco el abrigo y finalmente se fue.
Ha sido una alegre sorpresa, pero ahora que no esta presente, las preguntas irrumpen reclamando protagonismo, buscando una explicacion tanto al motivo de su estancia, tanto a como ha entrado. Pero peor aun que las tediosas preguntas, es que, ahora que se fue, empiezo a sentir nuevamente el frio terrible de este dia, y comienzo nuevamente a sentirme increiblemente solo, como si hubiese perdido la costumbre.
No acostumbro a la compañia en dias como estos, menos aun a compañias en mi cama. Vivo solo y tengo un circulo social muy pequeño. Me respugnan las grandes convenciones. Siempre acaban por llegar a apoteosicas condescias, y si detesto algo, es la condescendencia y la indiferencia. Preferiria mil veces que me odiaran fervientemente a que repitan ese asqueroso monosilavo sin conviccion.
En fin, estoy cansado, sera mejor que me duerma.
Hoy vengo de vuelta, nuevamente de la universidad, acompañado como habitual de esta epoca, del frio. La preunta hoy es ¿Lo de ayer habra sido un hecho particular? ¿Volvere a encontrarla hoy, durmiendo en mi cama?
Las nubes a paso lento, se muestran serias en el cielo, oscuras, como conteniendo el llanto, conteniendo una tristeza profunda, como aparentan a su lejanía. Al cabo de quince minutos, por fin, consigo llegar a la puerta de mi pequeña casa. Entro a prisa y dejo el abrigo en el perchero y me dirijo a mi habitación, encontrando nuevamente este dulce bulto en mi cama.
Me acerco ansioso y me siento en el piso, contemplando sus dulces movimientos de respiración, y luego de unos cinco minutos, ella abre sus ojos y sonriente se apoya, como ayer, en la pared, e invita a sentarme. Me siento, cubriéndome en parte con las sabanas que aun la cubren a ella, y sonriendo comenzamos nuestra rutina de miradas, risas y contemplaciones. Su forma de mirar me cautivaba, me envolvía y se metía dentro de mi, generando una llama inmensa en mi corazón. Me llenaba de plenitud, de calor, de alegría, de malicia.
Luego de un par de horas, ella repitió el proceso, se levanto, lista para partir. Pero esta vez, sonriente, acerco su boca hasta la mía, quedamos a apenas centímetros, e inmediatamente retrocedió, liberando una carcajada de miel y se marcho.
Apenas abrió la puerta mientras salia, el frió y la soledad entraron rápidamente y con el sonido de la puerta al cerrarse, resonaron automáticamente una serie de preguntas.
¿A que jugaba esta dulce mariposa invernal? ¿Que quería de mi? ¿Cual es la intención de este cambio de un hecho particular a una conducta?
Lo cierto es que este asombro se unía junto a mi deseo, y cualquier reflexión, siempre tendía hacia un propósito ultimo, que era el comprender y en base a ello, saber no dañar una posible fragilidad del mantenimiento de esta conducta.
Deambule largo rato por la casa, reviviendo (o al menos intentándolo) aquel suceso extraordinario. Me ayudaba a pelear con el frió, me ayudaba a hacer de la jornada algo mas ameno. Pero bajo esta reconstrucción lucida de estos recuerdos, se anidaba un mortífero veneno, que avanzaba dulce y lentamente con cada sonrisa. Este veneno, no era otra cosa que el choque con mi cotidianidad, con mi realidad común, con el resto del día que sobrellevaba en pleno frió y soledad. Es decir, lo particular venia y escupía lo general, en mi vida, un escape de lo tradicional hacia mi común presente, un hastió tremendo, y así, nacían las ganas de reiterar dicho escape, y sin siquiera darme cuenta, ya estaba ansioso por el día de mañana, ya me sentía desocupado, ya comenzaba a sentir el fatigante paso de la espera, sin nadie a quien reclamar esta demora a mis deseos, salvo a mi, por desearlo.
Luego de un café y un cigarrillo decidí continuar con esta liberación de ideas al calor de mi cama. Y cuando me acosté, evidencie un cambio en esta, aunque no podía explicar con claridad cual era la distinción. Simplemente mi lecho, ya no era el mismo. Luego de un rato, caí dormido.
He estado un tanto distraído en la universidad. Cualquier cátedra deriva en una profunda unidad de la vida y la existencia completa, y fácilmente, el recuerdo de la invasora asomaba ante cualquier planteamiento.
Ahora camino a casa, la lluvia cae ligeramente y el frió aprovecha la oportunidad de penetrar hasta por las ropas que protegen mi fragilidad. La lluvia no solo nos limpia, también nos deja expuestos, susceptibles.
A cada paso que doy, la lluvia aumenta su intensidad, y cuando por fin llegue a casa, la ligera lluvia ya era torrencial.
Abrí la puerta, me quite el abrigo colgándolo a la rápida en el perchero de la entrada, y me dirigí rápidamente a la habitación, encontrando una vez mas con la sublime sorpresa de que mi cama no estaba vacía. Me senté a observarla, evidenciando una nueva costumbre en base a su costumbre, y me quede mirándola.
Nuevamente, luego de cinco minutos, abrió los ojos, se levanto, esta vez apoyándose en la pared que da a lo extenso de la cama y me invito a acompañarla. Nos sentamos ambos sobre las sabanas y comenzamos a conversar largo rato, variando las miradas entre nosotros y la contemplación de la ventana donde se apreciaba la lluvia caer.
De pronto, ella apoyo su cabeza en mi hombro, y yo, tratando de responder correspondientemente dicho gesto, trate de abrazarla con uno de mis brazos, a lo que ella sonriente, me repelió con una sonrisa sincera y alegre. Intente preguntarle que pasaba, intente convencerla de mi abrazo, todo con la mirada, ni una palabra era necesaria.
De pronto ella hace que me levante, se metió bajo las sabanas y me invito a acostarme junto a ella. Intente abrazarla, pero ella, en todo momento que intentaba entregarle ese regalo, mi calor, con una mano sutilmente me rechazaba, siempre con una dulzura extraordinaria. Quedamos escondidos bajo el edredón, sin tocarnos, mirándonos siempre a los ojos. De vez en cuando ella acariciaba mi pelo o mi pecho, pero nuevamente, cuando intentaba acariciar una de sus mejillas, me repelía una vez mas con su mano y esta vez, con una risa tremendamente encantadora. No podía culparla de no querer recibir mi cariño en ese instante, siendo tan encantadora conmigo.
Así estuvimos largo rato, hasta que finalmente ella cayo dormida y yo, me quede contemplando esa extraña sonrisa incesante, deseando como nunca poder besar esos labios. Pero era inútil, no la besaría mientras dormía, yo quería su deseo, su vitalidad, jamas su pasividad. Luego de un indeterminado tiempo, caí dormido.
Al despertar, me encontré solo. Se había marchado mientra yo dormía. Era cerca del mediodía y la lluvia aun no cesaba desde ayer, aunque ahora era bastante mas ligera. Ese día no tenia obligaciones, realmente, no tenia nada que hacer.
Desayune rápidamente, preguntándome que es lo que pasaba con este invasora, mi querida invasora, que se negaba a recibir mi calor, y se limitaba únicamente a regalármelo. Me vi cansado en el encierro y luego de acabar las excusas para mantenerme en casa, decidí salir, levante el abrigo que estaba en el suelo, en la zona del perchero, seguramente lo he puesto mal, y salí.
Por la calle la gente camina apresuradamente. La lluvia ligera mas que malestar, se planteaba hoy casi como una caricia, por lo que mi paso era lento.
Paraguas e impermeables marcaban la pauta común en los ríos de gente, yo, extraño como de costumbre, casi ajeno, no concordaba en el paisaje. De pronto, al llegar a una esquina, la veo a ella, a mi querida invasora, caminaba con un paraguas, junto a una mujer que parecía ser su madre. Intente alcanzarla entre la multitud, pero cuando doblo en la siguiente esquina, la perdí de vista. Se había mezclado en ese mar de paraguas e impermeables. Ya no podía buscarla.
Estuve deambulando por el mercado un buen rato, no con la intención de comprar algo, sino que simplemente buscando en que pasar esta tarde tan desocupada.
Suelo mirar entre las baratijas, los "cachivaches", tengo la idea de que entre todos esos objetos desechados, siempre alguno por ignorancia o por error, puede estar deshaciéndose de un verdadero tesoro. Hurgue con la mirada largo rato sin encontrar nada parecido a un tesoro, aunque si, un montón de gastados objetos que susurraban historias de sus viejos tiempos, y de como el infortunio les dejo así, pasando de un objeto estrella, a un cachivache.
Luego de largo rato mirando un rió que cruza la ciudad, decidí volver al calor de mi hogar, deseoso de encontrarme nuevamente a la invasora.
¿Quien sabe? Quizás el día de hoy no rechace ninguno de mis cariños. quizás el día de hoy deja de jugar y podemos fundirnos como un par de velas al fuego de este extraño fenómeno. Se diera como se diera, estaba ansioso.
A medida que me acercaba a casa, la lluvia iba bajando su intensidad y cuando por fin llegue, apenas caían gotas.
Abrí la puerta ansioso, deje el abrigo sobre el sofá y me dirigí a la puerta de la habitación. Tome la manilla y me dolieron los dedos de lo frió que estaba, la gire, ignorando esto y abrí la puerta evitando hacer mucho ruido para no despertarla. Con los ojos repletos de ilusión por contemplar esa sonrisa, entre a la habitación y dirigí mi mirada hacia la cama.
Estaba vacía y desarmada, tal como la había dejado en la mañana, tal como la encontraba siempre, antes de la aparición de mi querida invasora.
La lluvia ceso totalmente y el frió se abalanzo con fuerza sobre la ciudad. Ya no quedaba gente en las calles, la ciudad se mantenía en el silencio mas sepulcral posible.
Fue así, como ese dulce veneno invadió todo mi cuerpo y se concentro en mi pecho, quitándome el aire. Mi querida invasora no había regresado, y probablemente no la volvería a ver en mucho tiempo, tal vez jamas.
Desolado y entumido, tiritando de frió me tire en a cama, tratando de refugiarme. Y por fin, note lo que había cambiado en esa cama, mi cama. Estaba impregnada de su olor, y el colchón había adaptado ya su forma. Solo quedaban rastros, dolorosos recuerdos de su actual ausencia, fue así como vi que mi cama ya no era la misma, fue así como sentí, que algo hermoso había muerto, sin ninguna causa. Fue así, como sin siquiera poder llorar por mi tristeza abismal, me quede dormido, solo.
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