Doscientos kilómetros por hora
Estaciono el auto en uno de los estrechos y sucios pasajes
del culo de esta ciudad, un rincón apretujado y abandonado a la miseria en los
extremos de la ciudad, aquí el respeto se gana demostrando tu poder, aquí, donde
el resto del país sabe de su existencia solo por las noticias de delitos en los
putrefactos canales de televisión, aquí, donde fuimos criados, no sin amor,
pero si con dureza y hambre, con un miedo latente. Ese miedo de que en
cualquier momento patearían la puerta y se llevarían al viejo, a tu hermano o a
tu mejor amigo. Somos experimento de la maquina social, ella espera que
nosotros juguemos el papel del malo, del incorregible, del peligroso, de todo
eso que su hipócrita moral desprecia. Desprecia, pero necesita y ¡Oh como la
necesita! La sociedad requiere que alguien juegue ese papel para que las
conciencias colectivas puedan dormir por las noches, somos el fácil punto de
comparación, gracias a nosotros, ellos pueden sentirse un poco mejor consigo
mismos. A veces me pregunto si, una vez en este camino, no hay real salida.
Poco importa a estas alturas. Alcanzo una botella de whisky en el asiento
trasero, abro la puerta y me bajo.
Los niños del pasaje se amontonan acercándose y un par de
señoras miran desde la esquina cuchicheando entre ellas. Los mocosos me
festejan pero hago caso omiso, uno de ellos, apartado del grupo me mira en
silencio, puedo ver que en sus ojos no soy otra cosa que una adaptación de una
vieja película que ya ha visto. La película de su padre, sus tíos y hermanos.
Saco las llaves acercándome a la reja mientras una gárgola
viene hacia mí. En su demacrado rostro, con evidentes signos de angustia y con
los ojos casi ya sin luz, reconozco a un antiguo compañero de pichangas de
niñez. Largos años de pasta base lo han convertido en el esperpento que hoy deambula
confuso en busca de alguna moneda. Sé que en el fondo ya ni disfruta al
consumir, solo se deja arrastrar por la inercia del vicio hasta la tumba. Me
atormenta pensar que, en alguna medida, todos hacemos lo mismo con un vicio u
otro. Y los vicios, es más que sabido, van mucho más allá de las drogas. Se
puede ser adicto a casi cualquier cosa, a veces la adicción se disfraza de
valores más aceptables para enmascararse, pero está ahí. Él es una gárgola ¿Y
yo? ¿En qué demonios me convertí? Lo miro directamente a los ojos y saco un
billete del bolsillo “¿No te parece que el cielo está a punto de caer encima de
nosotros?” le digo colocando el billete en su mano. Doy media vuelta y entro a
casa.
Huele a humo de cigarrillos y alcohol. Recorro la
polvorienta sala pateando colillas de cigarro, de tanto en tanto se me pega el
zapato en viejas charcas de botellas derramadas que jamás se limpiaron. La casa
permanece silenciosa, abro la puerta de la habitación y veo a Deniss fumando
acostada en la cama con la mirada perdida. Doy media vuelta y voy a la cocina,
busco exhaustivamente un vaso limpio hasta por fin dar con uno, solitario, en
la parte alta del mueble. Me lanzo sobre el sofá, me sirvo el whisky, coloco
los pies sobre la mesa de centro y alcanzo el control remoto. Sin embargo la
televisión no enciende, ni me molesto en averiguar la causa, realmente no tenía
ganas de verla. Escucho pasos desde la habitación. Deniss cruza la sala, puedo
sentir la rabia en su mirada. “¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar trabajando?”
me dice parada frente al sofá, doy un largo sorbo y termino el vaso, mientras
lo relleno le contesto “Me despidieron” Comienza el griterío “¿Y qué mierda
vamos a hacer ahora?” “Estoy cansada de esta vida y tú nunca haces nada para
que esto mejore” “¿Este es el cielo que me prometiste?” “¿Podrías por un
maldito segundo prestarme atención?” Doy otro largo sorbo y termino el vaso una
vez más, cuando termino de rellenarlo la miro. Saco las llaves del auto y las
dejo sobre la mesa. “Feliz aniversario” le digo riendo mientras doy un sorbo.
“Hoy no es nuestro aniversario” “¿De dónde sacaste esas llaves?” cuando se
asoma a la ventana y ve el Porsche se queda muda. Me mira fijamente haciendo un
gesto de negación con la cabeza, luego camina rápidamente a la habitación. No
tarda demasiado en volver con sus maletas, no despego la mirada del vaso de
whisky y la botella. Puedo oír como se acerca, puedo reconocer su clásico
aliento alcohólico mañanero, antes eso me seducía bestialmente, hoy me es
indiferente. “Mi madre tenía razón contigo. Estas completamente loco, no eres
el mismo que conocí, ya no te amo” me dice al oído. “Ya lo sé, yo tampoco te
amo hace mucho. Creo que seguimos por la inercia” le respondo mientras me sirvo
otro vaso “Ya empezamos con lo de la inercia. Vete a la mierda, ya me canse de
ti” dio media vuelta, salió sin mirar atrás y cerro con un portazo. Doy otro largo
sorbo.
Van a venir por mí, lo sé. Realmente ya no importa. Conté día
a día mi condena durante tres interminables años. Solo añoraba salir, y cuando
lo hago recuerdo que en el fondo afuera también es una prisión, una mucho más
grande. No se puede vivir honestamente –o esclavizadamente- cuando nadie quiere
darte la oportunidad de demostrar que vales algo. Ya estamos marcados, e
intentar adaptarse después es imposible, pues, al conocerse tu pasado,
inmediatamente te conviertes en un sujeto deleznable, que no es digno de
confianza alguna. Ya estoy harto de que me miren de reojo, como esperando a
pillarme en algo turbio, como buscando una excusa para no lidiar con la idea de
mi presencia. Es así para cualquier ex reo siempre. Mi jefe me acuso de robarle
no sé qué porquería, por eso me despidieron, o bien por qué le propine un
puñetazo de lleno en pleno rostro. Pensé: A la mierda este asqueroso empleo, el
reloj cada maldita mañana y todos esos putos sacos y herramientas, a la mierda
trabajar a todo sol a las 2 de la tarde, el nauseabundo transporte que nos
acarrea como ganado, los descuentos en la colilla final del sueldo, a la mierda
mi mujer y todas sus noches que no llega a casa sin decir palabra, su manía por
beberse todo mi licor y su insistencia en culparme por la miserable vida que
llevamos, a la mierda la putisima televisión, a la mierda la rehabilitación y
la puta vida en sociedad. Cuando vi a mi jefe tumbado en el piso con la cara
completamente ensangrentada, recordé a mi padre y me dije “El viejo estaría
orgulloso de mí”
Salí como un huracán, pase a una tienda de juguetes y compre
una pistola que parecía de verdad, luego me dirigí a un local de compraventa de
autos exclusivos. Hoy se cumplen ya 10 años de la muerte del viejo. A él no
había quien le parara, hubo tiempos difíciles pero de alguna manera u otra
siempre conseguía poner comida sobre la mesa. Cuando lo encerraron llegaron los
tiempos del hambre. Le toco a mi hermano sostener el peso, pero no tenía la
experiencia, la bravura y la agudeza del viejo. Dos años duro así antes de
hacerse encerrar por un asalto a una tienda de ropa deportiva. Quede solo con
mama, ella no podía trabajar por su salud. Así que con 14 años me sumergí en el
mundo de mi padre, trate de acercarme a los amigos del viejo, ellos me dieron
uno que otro trabajo y así fui aprendiendo y llevando el pan al hogar. Todos
ellos decían que tenía talento para esto, que era la viva imagen de mi padre en
su juventud. Pasaron los años y la cosa solo mejoraba, ya no pasábamos hambre,
mama tenía sus costosas medicinas y se empeñaba en ver la televisión abierta a
pesar de que le pagara televisión por cable, también contrate una enfermera
para que se encargara de las labores que yo ya no quería hacer. Vivíamos bien,
me gustaba mi trabajo, sentía que ahí era alguien, además de lo evidente, el
sabroso y tentador sabor del poder. Salía de fiesta todas las noches, para mí
no había puerta cerrada ni mujer que se resistiese. Cuando creía que lo tenía
todo, llegaba un poco más alto. Por un instante creí que la ascensión no
pararía, era un iluso.
Me acerque hasta un Porsche y lo quede mirando fijamente.
Cuando era un niño el viejo me llevo en uno de sus días de trabajo. Era un
Porsche, muy parecido a este, hizo que me sentara en el asiento del copiloto.
Yo estaba loco por el auto, era como en las películas. El viejo, riendo, me
dijo que algún día yo manejaría uno así. Un vendedor se acerca, finjo acento de
cuico ciútico. Parece creer que yo podría comprar semejante máquina. Finalmente
consigo hacer que me invite a probarlo. Acepto su oferta de inmediato y me subo
al asiento del conductor.
El vendedor habla con otro tipo del lugar pidiendo papeles
de no sé qué porquería, luego regresa, se sube al asiento del copiloto y me
entrega las llaves. No presto atención a sus indicaciones, salgo de la
automotora y cuando ya me he alejado unas tres cuadras saco la pistola de
juguete y le doy un puñetazo con la otra mano. Freno el vehículo mientras le
apunto y le grito para que se baje. Finalmente, aterrorizado, lo hace. Me
estiro al asiento contiguo para cerrar la puerta, luego regreso a posición de
conducción y me alejo, tomando la entrada a la autopista.
Me encerraron justo el día que salió el viejo. No lo podía
creer. Luego de una exitosa misión en una joyería, de alguna manera dieron con
el lugar donde llevamos el botín. Éramos doce, pero llegaron a nosotros dos
primero. Javier y yo guardamos silencio pero atraparon a casi todos los demás
de todas formas años después. Fue como una comedia negra la primera visita del
viejo. Quien diría que la espera para trabajar juntos, codo a codo, solo
acabaría con la inversión de los papeles. El viejo y mama venían siempre para
las visitas, yo mataba los días con ejercicio, peleas, drogas y si me sobraba
tiempo leía al viejo de Camus, el extranjero, un libro extraño y amargo, pero
tan misteriosamente seductor. Piso el acelerador evadiendo un auto que va por
la pista rápida a unos miserables 100 km/h. Ya he dado la vuelta completa por
esta carretera en forma de anillo. Me agrada esta sensación.
Uno de los días de visita, cuando no llego mama ni el viejo,
supe que algo ocurría. Conseguí llamar por un celular que había conseguido
hacer entrar hace unos días. Fue así que me entere de la caída del viejo.
Estaban metidos en algo grande, algo que prepararon desde las mismas paredes y
barrotes que después me encerrarían a mí. Un idiota abrió mucho la boca y todo
se pudrió, la policía llego y las balaceras comenzaron. El viejo cayó con un
directo tiro al corazón. Aún recuerdo su pálido rostro muerto, no tenía miedo,
sonreía. Me sentí orgulloso. Sé que si me viera ahora, a doscientos kilómetros
por hora, por la carretera en el auto con que me dio la bienvenida a ese mundo,
con el cigarro en la boca e importándome un carajo la puta policía que vendrá
tras de mí, estaría orgulloso también.
Sirvo otro vaso de whisky, la botella casi está agotada. El
viejo siempre compraba esta misma botella y bebía, bebía un vaso tras otro y
nunca, o casi nunca se emborrachaba. Yo me parecía a él, pero no tenía esa
capacidad. El viejo se podía beber dos o tres botellas en un día y lo podías
ver fresco, perfumado. Yo no era así, pasando la mitad de la segunda botella tenía
que tirarme una raya o dos, me sabía con la guardia baja y no me lo podía
permitir. Hoy importa un carajo, van a patear la puerta y me van a tirar al
piso, me pondrán esposas y me arrastraran a un bicharraco metálico, conducirán hasta
la prisión y me trasladaran a una nueva jaula. En el fondo, esta no es otra
cosa que eso, una transferencia de una jaula a otra. Me dejaron salir solo para
que hiciera esto, así podrían seguir vendiéndose los periódicos matutinos, así
las viejas cuicas del barrio alto podrán beberse el té tranquilas consigo
mismas, así los estúpidos y pasivos santurrones seguirán sintiéndose buenos
seres humanos, así toda la puta sociedad puede vivir creyéndose gustosamente su
propio engaño. Pienso que todos ellos me deben y deberán siempre un
agradecimiento.
La botella se ha vaciado y se cuál es el destino que esta
próximo. Me angustia pensar otra vez en la inercia. Me asusta pensar que el
viejo también fue arrastrado, así como yo, por esa poderosa corriente. Siempre
hablaba del abuelo y su legendario talento en el negocio, las hazañas de sus tíos.
Todos bebimos el mismo whisky, disparamos casi las mismas balas, todos,
salíamos como gloriosos cazadores nocturnos por la noche, sin miedo a rejas, ni
perros, ni leyes, ni hombres armados, nada podía detener nuestro coraje. Era
nuestro legado, esa fiereza natural, esa extraña capacidad de hacer callar a
todos solamente elevando un poco el volumen de la voz. Éramos de esos con los
que no querías lidiar cuando estamos enojados, de esos con los que hay que
saber distinguir la distancia, las palabras y el tono. Eso sí, yo nunca fui un
tipo difícil cuando se me trataba con respeto, no como el viejo y los demás.
Luego de que el viejo se fue, todo se desmorono. Mi hermano murió en una riña
en la cárcel, era demasiado explosivo y no pensaba demasiado, iba a pasar en algún
momento. Mama no murió mucho después. Cuando salí de la cárcel llegue a una
casa vacía. Conocía a Deniss de antes, cuando nos encontrábamos estábamos solos,
borrachos y sedientos. Así terminamos juntos, ella estaba convencida de que
podíamos salir adelante sin que yo volviera a ese mundo, que trabajando dura y
honestamente lo lograríamos. Trate de hacerle caso, durante años deambule de un
empleo en otro, el trabajo como jornal es cansador, llegas molido, cansado e
insolado a casa. Por las noches nos emborrachábamos y lo hacíamos. Los fines de
semana hacíamos lo mismo. Esa era la vida y eso, seguiría siendo hasta que me
saliera espuma por la boca. Que agobio.
La puerta se abre de una patada y escucho gritos. Veo
sujetos vestidos de verde, los ojos de las bestias y pistolas. Me tiran al piso
y me patean una y otra vez. Siento las esposas metálicas y una mano tomarme de
la ropa y levantarme. Me empujan hasta la puerta y luego la calle, el Porsche está
ahí, los policías lo revisan. En la casa otros permanecen en busca del arma, sonrió,
pues pierden su tiempo. El grupo de niños observa a la distancia, la gente del
pasaje mira por la ventana, algunas señoras cuchichean y en otra esquina un
grupo se pasea con palos y hechizas en las manos. Antes de subirme al carro
policial veo los ojos de aquel muchacho silencioso y sin decir palabra,
conversamos y escuche como su voz se quebraba porque estaba convencido de que,
al igual que yo, el viejo, su hermano Javier, el mío y cuantos más, le había
tocado actuar ese papel, en esa película que no dejaba de ver día a día
alrededor.
Haciendo camino
-¡Apestas! ¿Hace cuánto que no te
duchas? ¿Acaso estas borracho otra vez?- me gritoneo ella cuando llegue a casa.
Últimamente apenas se molesta en saludar antes de empezar a gritar. Trate de
dirigirme al sillón pero se cruzó en mi camino con ojos de fiera- ¡Es
suficiente! ¡No voy a volver a pasar por esto otra vez!-
-No me publicaran, dicen que no
creen poder vender el puto libro- le respondo entre avergonzado y molesto,
intento pasar, pero vuelve a interponerse en mi camino.
-¡No me interesa tu maldito libro
y toda esa mierda! ¡No quiero escuchar más tus excusas! ¡Sal de aquí ahora
mismo!- insistió furiosa. Quise hacer caso omiso pero camino hasta el mueble y de
atrás saco la escopeta gritando que le haría un bien al mundo si me volara los
sesos.
Salí lentamente y sin mirar
atrás. Cuando cerré la puerta a mi espalda note un helado viento. Deambule
inseguro por las calles sin saber bien adonde ir. No tenía parientes ni amigos
cercanos, pero si suficiente dinero para pagar una semana en uno de los viejos
hoteluchos. Qué horror. Otra vez en un sitio así. Desganado intento no pensar
en esos baños, esas paredes, en esos colchones, almohadas y esas sabanas.
Hago la reservación en un uno de
esos de dos pisos con numerosas habitaciones. La vieja a cargo me mira como con
pena al verme llegar a un lugar así solo. Reservo unicamente esta noche, tal
vez Jess cambie de opinión, o eso me habría gustado. En el fondo sabía que no sería
capaz de pasar más de una noche ahí. Una vez hecho el pago y ya con las llaves
a disposición cruce la calle y entre a un viejo sucucho oscuro donde se vendía
cerveza hasta muy tarde. Me senté en un rincón alejado de la parpadeante luz y pedí
una botella para empezar.
Bien, esta no es la primera vez
que me veo así. En una ciudad ajena y extraña, rechazado, abandonado, lanzado a
la deriva por mi cuenta. He ido ganando experiencia como marinero, de alguna
manera antes de llegar a puerto puedo saborear por adelantado este instante,
ese momento en que con fierros y palos en llamas me expulsen de vuelta hacia
alta mar.
Ya no duele como antes, con el
paso de los años el dolor se fue convirtiendo en un vacío hambriento que podía
saciar temporalmente dándole cerveza, whisky, cigarrillos o –siempre que se
podía– la calidez de la entrepierna de una mujer. No tenía un plan demasiado urdido
para enfrentar el gigantesco vacío de esta noche, supongo que iba a seguir
bebiendo todo lo posible para luego deambular errático por las calles en busca
de una sorpresa que detonara una especie de catarsis, o alguna ebria visión de
la iluminación. Como esa noche en la capital.
Era la tercera vez que me
rechazaban un viejo libro, además esa mujer, Fer, se había marchado con otro.
Ellas siempre se marchaban cuando en mi vida todo comenzaba a derrumbarse. Esa
noche de martes bebí, bebí y volví a beber. Estaba molesto, triste y frustrado,
pero la cerveza sabia tan bien que se me olvidaba lo mal que estaba y cuando el
pecho me empezó a arder me di cuenta que estaba ganando, saque un cuadernillo y
un lápiz y empecé a escribir, hacia pausas solo para beber mas y pedir otras
botellas. Fui llenando paginas con relatos marginales, de carcajadas oscuras y
oraciones de batalla. Cuando puse el punto final levante la vista y vi como levantaban
las sillas del lugar, no tardaron en echarme. Sali a punta de tropezones,
pateando botellas y riendo como enajenado, no logro recordar de que. Deambule
en zigzag por las despobladas calles nocturnas capitalinas, cuando llegue a un
viejo paseo iluminado saque la petaca para celebrar ese paisaje. Me sentía como
legitimo heredero del mundo, no importaban las miradas de las viejas
soñolientas en las ventanas ni los imbéciles que no querían publicar mi libro.
Me repetía una y otra vez que toda esa gente no reconocería algo bueno ni
aunque eso les pateara el culo o se los follase por ahí mismo. Da igual, nada
de eso importaba. Sabía que desde adentro estaba haciendo camino a mi propia
victoria a través de los numerosos fracasos. Termine la petaca de un largo
sorbo y sonreí, me sentía ligero, ya no me pesaba ni Fer, ni el arriendo, ni el
hambre, tampoco el dinero que ya casi se agotaba. Me olvide del olvido, las
paredes y los barrotes, los ojos sin luz y todos, todos esos muertos que esta
noche descansaban en sus camas, listos para mañana ir a sus muertos trabajos y
seguir su muerta vida. Camine entre tambaleándome y danzando hasta una vieja
estatua situada en el centro del paseo. Era en honor a otro de esos viejos
abominables que la historia condecoro con flores. Esa misma boca que sonríe dio
la orden para cuantas matanzas obreras en el pasado. Me baje el cierre, coloque
mi verga en su helado rostro de escultura y comencé a mearlo. Cuando estuve a
punto de terminar de vaciar el estanque pude percibir un destello corto, al
voltearme pude ver a un tipo con una cámara que se alejaba a la distancia. No
le di mucha importancia al asunto, baje de la estatua y comencé a correr en
cuanto vi a las bestias uniformadas. Corri, corri y segui haciéndolo hasta
llegar a mi casa. Me quite toda la ropa, prendi el último cigarrillo y me tire
sobre la cama pensando que tenia el cuerpo en llamas y que el edificio
probablemente se quemaría antes del amanecer, cosa que no ocurrió. Dos días
después me llamarían diciendo que publicarían mi libro, dijeron cosas raras
sobre una foto, yo no sabía de que mierda hablaba el, pero daba igual, lo había
logrado.
Han pasado largos años desde esa
noche, y aquí estaba, una vez mas perdido hundiendo la cabeza en bares, a la
espera de un telefonazo que no llegaría, masticando derrotas en la boca,
pasando el mal sabor con cerveza. Nada ha cambiado desde entonces. He retornado
una vez mas a este punto del ciclo ¿Qué es lo que vendrá? ¿Intentar volver con
Jess? ¿Volver a llamar al sucio Ricki para pedirle una mano para publicar el
libro? No tengo deseos de rogar a nadie, no creo que se lo merezcan. Pido una
cerveza mas, pienso tomármelo con calma, esta noche no hay prisas.
Voy vaciando vaso tras vaso,
espero ese instante, ese calor en el pecho que mueve mis brazos, que deja el
lápiz besar el papel en una danza frenética. Pero va uno tras otro y el momento
no llega. El lápiz descansa en la chaqueta y el pequeño cuadernillo permanece
cerrado sobre la mesa. Ningun baile forzado es bueno, si no nace esta noche,
otra mas sera. Cuando voy a pedir otra cerveza veo como se me acerca un tipo de
unos treinta. Me pregunta si soy quien soy, me dice que empezó a leer mi libro
hace poco, que le ha gustado y no se que mas. Me ha invitado la siguiente cerveza.
El tipo habla y habla, yo lo escucho mientras me sirvo otro vaso. “Cuentame de
la anécdota de la foto” ¿Cómo no iba a tocar el tema? “Tenia que mear en algun
lado” le respondi luego de que el silencio en espera de la respuesta se
extendia. Se ha largado a reir, ni el ni nadie conoce ni conocera ese tipo de
detalles. Me reservo solo para mi algunas experiencias vividas, las más
intensas probablemente, como un pequeño y olvidado tesoro escondido dentro del
pecho. Pienso que todos los que viven de verdad pasan por algo similar. No es
el miedo a que el excesivo manoseo degrade ese tesoro oculto, es sencillamente
que hay cosas de las que apenas se puede hablar, cosas que superan el mero entendimiento
intelectual, momentos en que el tiempo parece música y los quejidos son poesía.
Eso no se detiene al examen del intelecto, se bebe como si fuera un vaso en
llamas de whisky con vodka, eso se siente bajar por la garganta e incinerarte
el pecho. Eso se siente, y sentir para alguien que está vivo es arder. Nadie entenderá
como por un instante ardiste tanto como el sol. Pero, en el fondo, tú lo sabes,
y mientras no seas tan imbécil de poner en duda lo mejorcito tuyo, bastara.
Tienes que disfrutar de ti contigo mismo, tienes que aprender a saborear la
vida por tu cuenta. Puede ser que un día en la obra nadie más entre en escena, no vaya a ser que por eso se apaguen todas las luces y se
acabe la funcion. Hagas lo que hagas no concedas el protagonismo de tu
vida, si el pecho te quema por comprometerte con algo: hazlo, pero que sea por
la más profunda convicción, no conviertas los puentes en vías de escape de ti
mismo. No te abandones, no te guardes en el disimulo, no te escondas en la
apariencia, no permitas que la comodidad te vuelva inmóvil, no te avergüences
ni de lo que el agua se lleva cuando tiras la cadena. Esta vida es tuya y, como
decía el viejo francés de mirada perdida, eres lo que haces con lo que hicieron
de ti.
El tipo no ha tardado en
levantarse de la mesa al ver a una guapa muchacha, de bellas piernas y vestido
verde, entrar por la puerta del bar. Vaya bombón que se tira el tipo este, me
agradece y se despide en busca de su novia. No tardan demasiado en marcharse y
la botella vuelve a flaquear, mi vaso está vacío y el fuego en mi pecho se
resiste a arder con mayor vivacidad.
Sali del bar, quiero beber algo
mas fuerte y en ese lugar me arrancarían un ojo de la cara por un par de vasos.
Camino un par de cuadras, hay poco movimiento, mas, pueden distinguirse aun
empleados borrachos del mundo del ferrocarril, cargadores cansados, en la
esquina una mujer de unos cuarenta años con falda de niña de doce y un peto
amarillo rie con su amiga transgenero mientras comparten una botella de
ron. Creo que este ha sido de los pocos
paisajes en este lugar en el que me he sentido como en casa.
Compre una botella de whisky
barato en la botillería y camine varias cuadras mas, cruce una plaza contigua a
la zona de carga de trenes y luego de una cuadra mas en ascenso, llegue hasta
un pequeño cerro desde el cual podía distinguirse casi todo el pueblo, era uno
de los puntos ideales también para contemplar las estrellas. Siempre vine aquí solo,
Jess no era de este tipo de cosas. Nunca supo de todo lo que se perdia, pero
esta bien, asi no podrá sufrirlo. No le deseo mal alguno a todas esas mujeres
que se fueron o me echaron, esto es asi, el viejo Charles tenia razón cuando
decía que ningún amor resulta. Y si resulta, añado yo, preocúpate muchacho, porque
es probable que no sea el amor lo que realmente esté funcionando, los miedos y
la inercia tienen impresionantes disfraces. Abro la botella de whisky, enciendo
un cigarro y doy un largo sorbo mirando al cielo. Mirar las estrellas borracho
en la cumbre de un cerro, sin escuchar más que los grillos y otros bichos, el
viento, el vaivén de la botella, el acelerado arder del tabaco al aspirar con
fuerza, eso, eso es amor, eso es vida.
La noche va pasando a sorbos y
estrellas fugaces, se que no pasare la noche en ese hotel. No soporto siquiera
las paredes de mi propio apartamento en la capital y voy a soportar esas
perturbadas y sucias murallas. Voy a marcharme de aquí, todavía no tengo muy
claro dónde pero eso no importa, estoy seguro que este es un adiós con el
cerro, con las luces de la estación, un adiós a Jess con sus idas y venidas, un
adiós a esas cansadas tardes cargando y cargando vagones. Yo no nací para eso,
por eso dure tan poco. Doy media vuelta despidiéndome del cerro, cuando llego a
la solitaria plaza contigua al ferrocarril orina la cabeza de la estatua de
otros de esos viejos burgueses de mierda, esta vez no hay destellos, no hay
cámaras, no hay foto que haga que llamen días después para decirme que me
publicaran. Ese gancho de imagen es útil con alguien más joven, cuando tienes
veinticinco es irreverente, hoy, más de once años después, soy solo un
desvergonzado viejo borracho orinando en público. De cualquier manera es
irrelevante, esto nunca, nunca se ha tratado de los flash y toda esa mierda. Baje
de la orinada estatua y camine hasta la zona de los cargadores. Al llegar me
miraron riendo y me saludaron “Aquí todos vuelven” me dice un viejo compañero
de labores “Me voy de aquí ¿Adónde va este tren?” le respondí mientras caminaba
hacia ellos con la botella en la mano.
Luego de una larga negociación conseguí
que me dejaran viajar por unos billetes, el tren iba hacia el sur. Me acurruque
en uno de los vagones entre sacos de granos y frutas. El tren partió al
amanecer. Contemplo los primeros rayos de sol, el traqueteo de la maquina me da
fuerzas y pienso en un pueblo en el sur hacia el interior. Jano se fue a vivir allá
hace varios años, me invito más de una vez. Dicen que ahí hay ríos cristalinos,
bosques con árboles tan altos que parecen gigantes custodios que danzan con el
viento, dicen que allí el alcohol es barato y las mujeres son bellas,
radiantes. También hay cielos aún mejores que los que encontré en la cumbre del
cerro del pueblo que hoy dejo atrás. ¿Qué más puede pedir alguien como yo? Puedo
oler en el viento un aroma renovado, una mezcla de lavanda y menta, doy una
mordida a una manzana roja y luego le doy el bajo a la botella de whisky. Es un
gran día, este tren es mi barco y navego directo a un nuevo puerto, casi puedo
saborear ese instante en que tendré que escapar furtivamente una oscura noche,
casi puedo palpar esa botella de whisky que hará de despedida para volver a
zarpar. La hoguera en mi pecho se aviva
y sonrió sacando el cuadernillo junto con el lápiz, la danza desenfrenada se
libera y la tinta va creando mundos al compás del fuego adentro. Me importa una
mierda si no me publican ninguna maldita página más, esto para mí, es mi
suprema victoria.